Cuenta la leyenda que, el día de los muertos, las almas de los seres queridos que se nos fueron tienen permiso para regresar del más allá para visitar su antiguo mundo y a aquellos a quienes dejaron atrás. Es por eso que, en estas fechas, se les recibe con celebraciones, música y ofrendas donde se coloca su comida y bebida favorita, fruta, calaveritas de dulce y, si fuese el caso, juguetes para los niños. Los altares y cementerios se visten del colorido de las flores, en especial el amarillo de las cempasúchil, pues este es el color de la muerte. Tornando en alegría la tristeza por un reencuentro con las personas queridas que dejamos atrás y, a su vez, recordatorio de que la muerte es sólo otro paso más en el ciclo de la vida. Un paso del que nadie puede escapar y al que hay que aprender a aceptar.
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